Cuando yo era niño, recuerdo las palabras de mi
abuela, diciendo que todo lo antiguo era mejor que las cosas modernas que hoy
utilizamos, siempre estaba con eso de que los utensilios que se utilizaban en
la cocina eran mejores que estos electrodomésticos que hoy se utilizan.
Ahora me doy cuenta y sigo escuchando lo mismo, por
ejemplo, que los coches de antes eran mejores que los de ahora, que los hacían
de hierro, que los motores duraban años y años, incluso que las persona tenían
mejor salud y duraban muchos años, que estaban más sanos.
Recuerdo aquella leche que en mi caso yo mismo
ordeñaba, de la cabra que teníamos, y que seguidamente la ponía en la lumbre a
calentar para que cuando mis hermanas se levantaran la tuvieran ya hervida,
recuerdo aquella nata que con una cuchara la cogíamos de la olla y la
restregábamos por el pan tostado también con el calor de la lumbre.
Por mucho
tiempo no llegaba a entender como mi abuela se negaba al cambio que estábamos
sufriendo, como prefería utilizar el mortero antes que la batidora eléctrica para
triturar los alimentos.
De pronto como casi por arte de magia, sobre los 80,
me encuentro rodeado de algo impresionante, pasamos de escuchar música en un
radio transistor al casete y al LP que contenían diez o doce canciones por lo
menos, al walkman, empiezan a aparecer las televisiones en color que todos
tenemos en nuestro cuarto y como no el famoso DVD, donde ya podíamos ver las
películas que quisieras y sin moverte de casa.
Quién me lo iba a decir, parece de película, que pocos
años después y desde mi casa con uno de esos inventos tan misterios y casi
imprescindibles podía estar en contacto con personas de todo el mundo, que lo
que ahora estoy escribiendo lo pueden ver tanto en Íllora, como en todo el
mundo, y si algo falta son los pequeños teléfonos móviles que caben en
cualquier bolsillo y con los que se puede hacer quizás más que con cualquier
ordenador.
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